Que se nos dice por nuestro bien, que debemos de suspender nuestros besos y abrazos.
Hoy, que nuestra vida de calle ha quedado confinada, y los pasillos de casa son nuestros paseos de playa, nuestros sofás se convierten en bancos de coloridos jardines, y los balcones y ventanas, pasan a ser miradores de alta montaña con paisajes imaginarios.
Hoy, que aprendemos a soportar la realidad de unas calles vacías. Nuestra cotidianidad robada. Y apenas llegar a entender de cuando en cuando el silencio roto por un sonido de sirenas, o ese aplauso entre la gratitud y el miedo, de cada tarde, cuando nuestros relojes marcan las ocho.
Acaso todo sea producto de un mal sueño, del que la naturaleza misma que hemos ido creando, aún no nos permita despertar.
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