Traducimos las oraciones a conveniencia celestial, dudando si es un infierno aquello que pisamos. Traficamos con razones que luego se evaden con el viento, entre el aroma de la flor y sus halagos, y las viejas mentiras acostumbradas en la alambrada que la envuelven.
Mientras resurgimos día tras día de nuestras cenizas morales, multiplicando nuestras ansias a toda costa, por volver a conquistar todo cuanto nos es negado.
Jaleando con nuestros gritos silenciosos en torno a democracias descafeinadas, cercanas a dictaduras baratas.
Que siempre acaban por aparcar gran parte de las ilusiones de nuestro corazón.
Un lugar donde los sueños dicen que a veces se cumplen.
Un intento constante que nos ayuda con sus pequeñas pinceladas de alegrías y emociones a no desfallecer.
Un mundo donde las ilusiones compiten en el tiempo, donde los deseos transitan en sus viajes de ida y vuelta a través de los años.
Un mundo.
Donde millones de gentes, ataviadas con las ropas de sus grandes esperanzas, podremos seguir cruzando nuestras miradas, para sentir a través de nuestros ojos.
La felicidad.
En la feliz mirada de los demás.
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