Ella no tiene habilidad ninguna para recogerse el pelo, tan siquiera acierta a reconocer aquella imagen difusa que ahora tiene ante sí.
Sus inquietas y rugosas manos se pierden en el pensamiento de ese imaginado viaje de ida y vuelta, entre el silencioso presente y el ilusionado sonido de sus lejanos recuerdos, mientras sus sedosos y blancos cabellos cubren la tierna mirada, que una vez más le devuelve, ese reflejo cercano y confidente amigo en el tiempo.
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