No necesitan máquinas del tiempo ni regalos sofisticados para ser felices. No piden nada que esté fuera de nuestro alcance como padres.
Ellos solo quieren tenernos cerca, ser testigos de sus pequeños progresos y de las inocentes travesuras que nos sorprenden en sus primeros años.
Nos piden, con esas voces agudas y miradas tiernas, que seamos sus compañeros de paraguas en los días de lluvia y de saltos de charco en charco. Quieren que nos bajemos a su altura de vez en cuando para convertirnos en cómplices de sus juegos, sintiendo que cuentan con esos amigos con quienes aprender a amar y sonreír.
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