Un día desaparecieron casi sin saber porque, y sus "blancas pizarras" enmudecieron frente a unas sillas vacías, que quedaron huérfanas de amores, intrigas, y emociones, para siempre.
Cada verano en la playa, era una nueva aventura que poder vivir.
Las pipas y los bocadillos acompañados de bebidas frías, dibujaban el viejo guión de costumbre, con el que disfrutar de esas noches estrelladas junto a la brisa del mar; aún difíciles de olvidar.
La libertad de llegar tarde, cambiarte de sitio a mitad de película, por esa cabeza molesta que se sentaba delante de ti.
Ver a esas pequeñas lagartijas pasear por las paredes cercanas, ignorando tu presencia de ensombrecido espectador.
Aquel cañón luminoso que se estrellaba en forma de imágenes sobre aquella pantalla, saliendo de aquellos viejos proyectores con un sonido especial; era a menudo, lo más parecido a una hermosa fantasía, que culminaba ese buen día de playa.
Era.
Como aquel momento soñado donde poder prorrogar, aquel tierno y efímero amor de verano, en plena juventud.
Realmente, cada doble sesión.
Parecía algo así como una experiencia de complicidad compartida,
entre gentes venidas de todas partes del mundo,
donde después de una ducha fría para quitarte la sal y la arena;
justo en el cercano adiós del atardecer.
Cada cual asistía con el relax suficiente,
y el perfume deseado para las grandes ocasiones,
al "estreno más repetido de todos los tiempos",
con el ánimo, de que esa vez si.
Lo importante sería disfrutar como cada anterior noche;
y en buena compañía.
De aquella ilusión que ello suponía para todos.
Al sentirse.
Una vez más.
Los verdaderos protagonistas de la noche.
Disfrutando de aquellas veladas nocturnas, en una bella y sencilla pasión.
Entre "amantes del celuloide".
En otra dulce, y entretenida.
Noche de verano bajo las estrellas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario